12/12/12

Estella - Los Arcos



Alicia no para de mirar el mapa, para ver cuánto falta para el próximo pueblo.  Después de Azqueta, viene Villamayor de Monjardín, y se entra en un área despoblada, en la que solo puede verse de vez en cuando algún agricultor ocupado en sus faenas.

Pocos son los árboles que nos topamos, donde resguardarnos del sol. Por suerte el terreno es llano, pero muy pedrogoso, lo que hace que complique mi metatarsalgia.

Alicia me comenta desanimada que faltan casi 10 kilómetros para llegar a nuestra etapa. Que no vamos a encontrar un pueblo en ese tramo. Las cantimploras están llenas ,así que no nos preocupa el agua, pero yo sí que estoy preocupado por Alicia. Apenas habla, ni sonríe, se limita a escuchar lo poco que le comento. Intento distraerla con algún juego, o contando anécdotas personales que le arranquen una sonrisa, pero apenas lo consigo.


Tiene su mirada clavada en el suelo y le invito a que disfrute del paisaje, y me dice algo que me hace reír: “es que así no veo lo que falta, porque si miro y no veo casas, me vengo abajo”…. Empieza ha hacer calor y bebemos frecuentemente, calculando que las dos cantimploras nos lleguen hasta  el final de la etapa. Pero yo… no puedo más. Empiezo a preocuparme. Aún faltan unos cinco kilómetros y me duele muchísimo la planta del pie. Noto el peso de la mochila. Necesito parar, y me temo que esos pocos kilómetros van a ser agónicos. Alicia también se alegra de que pare.

Sin pensármelo, me tiro en medio del camino, para apoyar mis piernas en una roca que se encuentra en medio del mismo. Descanso, y me asalta un desaliento tremendo, tengo ganas de llorar, pero no quiero transmitir nada a mi hija. Soy consciente de que mientras más esté parado, más me va a costar continuar, así que sin ganas, volvemos a retomar el camino. En ese momento me viene a la mente, una a aplicación para mi vida . ¡No rendirse nunca, levantarse, continuar, la meta nos espera! Ofrezco esos momentos por la gente que está tentada de abandonar su lucha personal, en cualquier ámbito, pero de forma especial por aquellos que sienten su caminar en soledad. Me acuerdo de los enfermos, de los misioneros, de los perseguidos… parece que eso, me ha dado las energías que necesitaba para continuar.


Pasados veinte minutos, tengo que parar de nuevo. Aprovechamos para comer una pieza de fruta y Alicia se aleja unos metros para escribirse con alguien por el móvil. Noto que está abatida.

Encontramos a un señor mayor que viene en sentido contrario al nuestro. Nos alienta, diciendo que en la próxima curva llegaremos a Los Arcos. Menudo refrescón nos ha dado el buen hombre. Empleamos las pocas energías que nos quedan para afrontar esos últimos metros con ilusión.


Así es. Giramos y nos encontramos a un grupo de gente montada en caballos que se dirigen a un campo. Son  los preparativos para la fiesta del pueblo. El espectáculo de caballos es precioso. Invito a Alicia, a contemplarlo, pero ella, está desolada. No tiene ganas de nada, solo de llegar y descansar. Llevamos casi seis horas andando y los dos estamos lesionados, con el ánimo por tierra. (Seguirá)