Alicia no para de mirar
el mapa, para ver cuánto falta para el próximo pueblo. Después de Azqueta, viene Villamayor de
Monjardín, y se entra en un área despoblada, en la que solo puede verse de vez
en cuando algún agricultor ocupado en sus faenas.
Pocos son los árboles que nos
topamos, donde resguardarnos del sol. Por suerte el terreno es llano, pero muy
pedrogoso, lo que hace que complique mi metatarsalgia.
Alicia me comenta
desanimada que faltan casi 10 kilómetros para llegar a nuestra etapa. Que no
vamos a encontrar un pueblo en ese tramo. Las cantimploras están llenas ,así
que no nos preocupa el agua, pero yo sí que estoy preocupado por Alicia. Apenas
habla, ni sonríe, se limita a escuchar lo poco que le comento. Intento
distraerla con algún juego, o contando anécdotas personales que le arranquen
una sonrisa, pero apenas lo consigo.
Tiene su mirada clavada
en el suelo y le invito a que disfrute del paisaje, y me dice algo que me hace reír:
“es que así no veo lo que falta, porque si miro y no veo casas, me vengo abajo”….
Empieza ha hacer calor y bebemos frecuentemente, calculando que las dos
cantimploras nos lleguen hasta el final
de la etapa. Pero yo… no puedo más. Empiezo a preocuparme. Aún faltan unos
cinco kilómetros y me duele muchísimo la planta del pie. Noto el peso de la
mochila. Necesito parar, y me temo que esos pocos kilómetros van a ser
agónicos. Alicia también se alegra de que pare.
Sin pensármelo, me tiro
en medio del camino, para apoyar mis piernas en una roca que se encuentra en
medio del mismo. Descanso, y me asalta un desaliento tremendo, tengo ganas de
llorar, pero no quiero transmitir nada a mi hija. Soy consciente de que
mientras más esté parado, más me va a costar continuar, así que sin ganas,
volvemos a retomar el camino. En ese momento me viene a la mente, una a aplicación
para mi vida . ¡No rendirse nunca, levantarse, continuar, la meta nos espera!
Ofrezco esos momentos por la gente que está tentada de abandonar su lucha
personal, en cualquier ámbito, pero de forma especial por aquellos que sienten
su caminar en soledad. Me acuerdo de los enfermos, de los misioneros, de los
perseguidos… parece que eso, me ha dado las energías que necesitaba para
continuar.
Pasados veinte minutos,
tengo que parar de nuevo. Aprovechamos para comer una pieza de fruta y Alicia
se aleja unos metros para escribirse con alguien por el móvil. Noto que está
abatida.
Encontramos a un señor
mayor que viene en sentido contrario al nuestro. Nos alienta, diciendo que en
la próxima curva llegaremos a Los Arcos. Menudo refrescón nos ha dado el buen
hombre. Empleamos las pocas energías que nos quedan para afrontar esos últimos
metros con ilusión.
Así es. Giramos y nos
encontramos a un grupo de gente montada en caballos que se dirigen a un campo.
Son los preparativos para la fiesta del
pueblo. El espectáculo de caballos es precioso. Invito a Alicia, a
contemplarlo, pero ella, está desolada. No tiene ganas de nada, solo de llegar
y descansar. Llevamos casi seis horas andando y los dos estamos lesionados, con
el ánimo por tierra. (Seguirá)